Un detalle clínico de “El caso Robert”: mirada y voz

 In Colegio Clínico

Un detalle clínico de “El caso Robert”: mirada y voz

Sol Beatriz Botero

 

Texto presentado en el Colegio Clínico Nivel II – A Lacan
La Evolución de algunos concepto en la obra de Lacan

Martes 15 de febrero de 2020

 

Al hacer la lectura de “El caso Robert” trabajado por los esposos  Lefort me interrogo por la transferencia, por el lugar del analista, por la circulación del objeto-mirada y del objeto-voz, y por sus efectos en la precaria estructura del pequeño.

Cuando es abandonado por su madre, Robert es un infante que vive en el hospicio; su estado de salud física y mental es preocupante para el personal de la institución que lo atiende, pues se niega a comer y a tomar el biberón, no tolera la presencia de otras personas y es bastante irritable. La relación nutricia del niño se encuentra alterada, pues durante su primer año de vida y por largos periodos de tiempo, la madre lo privó del alimento y lo sometió a largas jornadas de abandono que lo sumieron en un silencio profundo y lo llevaron a una relación con su madre bastante pobre. Debido a su debilidad física y a su frecuente proclividad a enfermarse, debe ser hospitalizado con frecuencia; en una ocasión tiene que ser sometido a una antrostomía sin anestesia, un procedimiento bastante doloroso que lo lleva a un llanto inconsolable que solo intentan resolver metiéndole un biberón en la boca para que deje de llorar, pero solo logran ponerlo aún más irritable volverlo todavía más reacio a aceptar el biberón y tomar la leche. Además de esto, el niño presenta una mirada inquieta y fija y repite lo escuchado sin darle sentido; repite palabras como

mama, tete, lobo.

Todo esto  deja leer cómo el niño pasa del abandono de la madre a estar bajo la mirada de la institución y bajo la mirada médica como un cuerpo enfermo con el cual no saben qué hacer. En relación con el estado del niño, se puede leer la forma como se instala en este la relación de objeto que lo pone en posición de goce, manifiesto en su cuerpo enfermo y débil, en su reticencia para alimentarse y en las diversas formas de sus pataletas: es un  niño huraño, rebelde, responde con alaridos, se rehúsa a alimentarse, es completamente reticente a cualquier contacto que indique la presencia del otro y no admite que se le quiten el delantal; ante cualquier demanda del otro ya sea para que se alimente, o para que se asee o se vista, arma escenas con alaridos y gestos de angustia. En ocasiones, hasta llega a atacar por el cuello a sus compañeros de hospicio, repitiendo la palabra policía. La posición del niño en lo real, señalado en el caso, hace referencia a la presencia de la forclusión del nombre del padre, propio de la psicosis. Padre feroz que en vez de reprimir borra y produce una ley mortífera y absoluta, la del lugar del padre totémico, del padre de la horda que todo lo posee y lo puede. Lo real se produce desde ese lugar y pone al ser en esta posición de mandato absoluto de goce que lo convierte en cualquier cosa y le imposibilita ir más allá de ese padre totémico

Cuando tiene tres años de edad es tomado como paciente analizante por la señora Rosine Lefort; el tratamiento dura aproximadamente dos años y es interrumpido por un año por razones personales de la analista y retomado después por un año más en el cual la señora Lefort lo refiere como periodo en el que se da la cura. Hay que señalar que el niño, antes de entrar en tratamiento, además de los alaridos repite en forma indiscriminada algunas palabras como

Robert, mama, policía, tete, lobo.

Es sorprendente y claro el modo como se presenta el caso y los movimientos en el ensamblaje de la estructura psíquica en el infante, pues a partir del encuentro con el analista se instala la transferencia de la cual la señora Lefort refiere: “A partir de este punto de partida para Robert, donde lo oído es todo, su análisis va a llevarlo progresivamente a reintroducir lo escopico y la imagen. Perderá a fogonazos su mirada inquietante, pero lo que halla en primer lugar, no es tanto la imagen de los pequeños otros – que permanecen lo suficiente en lo Real para que lleguen a ser peligrosos hasta el punto de que busque destruirlos – como la imagen de su otro que yo soy cuando me dirige miradas de adoración entonces me convierto en su i(a) correspondiente al  narcisismo primario. ”

Este asunto, en relación con la mirada que la señora Lefort nos refiere, tiene dos momentos: uno primero de  inquietante, y otro segundo de adoración que se confunde con ella. Podríamos pensar que corresponde al registro de lo Imaginario y se instituye como estatuto i(a) que permite el trabajo y el deslizamiento por un espacio vacío y, al mismo tiempo, invadido de goce. Esta manifestación de la señora Lefort podría ser leída como la instalación de la transferencia:

  I  : i (a)

Se trata del analista en el lugar del deseo que  se instala a partir del objeto-mirada I, i(a) en la que el infante se fusiona con madame Lefort, es una mirada que bordea, limita el goce que lo invade, y  reconoce la condición humana del ser que interroga desde allí, reclamándole su condición de sujeto susceptible de ser movilizado y descompletado en su goce.

Pasadas tres semanas de tratamiento, en las cuales se ha instalado la mirada en el lugar i(a) antes descrita, entre él y la analista, una mañana el niño comienza a demandar verbalmente el biberón, la señora Lefort lo incluye en las sesiones, y a partir de ese momento Robert comienza a acoger el biberón, lo nombra con la palabra tete, lo mueve de un lugar a otro, se lo mete a la boca y abre así otra posibilidad para este objeto, hasta entonces, siempre rechazado. Al respecto la señora Lefort dice: “el pequeño Robert se nutre de mis palabras.” Estas palabras de la señora Lefort dan cuenta de una  nueva posición en relación al objeto; nos está anunciando la introducción del  el objeto voz, en otro momento de la transferencia y da cuenta del movimiento en el pequeño. Quien consiente a escuchar  la voz de madame Lefort.

Es así como el biberón pasa de ser un objeto rechazado a ser uno que se puede nombrar con la palabra tete, lo que da cuenta de la aparición de la lang como tratamiento al goce. Se trata de palabras congeladas a otro que viene del doble en el registro de lo imaginario, y que, a su vez, da consistencia a este registro que viene a propósito del objeto primordial: el biberón que antes era rechazado pasa a ser un objeto que se puede nombrar en esta dimensión.

De esta manera, el deseo del analista se instala como una posición que logra bordear paulatinamente el vacío del sujeto, gracias a las intervenciones derivadas del proceso analítico que oscilan entre la mirada y la voz, y que toman mayor fuerza con la voz como instrumento, pues las intervenciones son cada vez más mediadas por la palabra apareciendo así el objeto voz, bajo el objeto mirada.

La palabra dicha actúa como posible regulador del goce y toma el lugar de objeto por el cual Robert circula y provoca el vaciamiento lento hacia el i(a). Este movimiento se da desde el goce mítico hacia el estatuto de lo imaginario; es decir, de lo real del alarido, de la angustia por escuchar la voz de alguien, la voz como objeto pasa a ser rectificada y tiene un efecto de pacificación. Robert nombra a madame Lefort, dirigiéndose a ella: además de la palabra tete, con la que nomina el objeto del orden de la necesidad, la palabra como lang, en calidad de holofrase, que aparece en lugar de los alaridos, con lo que se da consistencia al registro de lo imaginario. La palabra bajo el objeto voz-mirada da lugar a la construcción del equivalente fantasmático posible en la psicosis y da la posibilidad de movimiento de los tres registros a partir de lo Imaginario ya instalado desde el otro de madame Lefort ; R S ,I en la dimensión de lo Imaginario. Al respecto la señora Lefort dice: “-yo no era la madre, había una perdida por mi voz, entonces el otro perdía, perdía las envolturas y ya no estaba dentro de su madre. La pérdida que hubo por ambos lados hizo que esa sesión se escandiera no ya por una holofrase, sino por tres significantes –mama, Robert, agua.”

i(a):  R, S ,

La posición del analista que se instala desde el objeto-mirada y desde  el objeto-voz que penetra como una transgresión a la ley totémica provocando en el infante la aparición de la palabra lobo, la cual, como veremos a continuación, es un intento de nombrar lo terrorífico, toma un valor de trasgresión de lo absoluto propio de la psicosis y es esto lo que, paulatinamente, desfavorecerá los encuentros con lo real del goce los cuales, se darán en forma más espaciada y cederán lugar a la aparición del sujeto en su estatuto S 1

El trabajo psicoanalítico provoca la captura del infante, y poco a poco lo pone en posición de movimiento, de vaciamiento al pasar del goce absoluto del alarido al lenguaje a la palabra que puede ser dicha desde Robert hacia la señora Lefort: o sea, desde alguien para alguien: la llama madame, dirigiéndose a ella, y dice tete, nombrando el biberón.

En este caso, me atrevería a decir que el analista se presta como lugar de vaciamiento, lugar de i(a), estatuto S 1

Sobre el cual el niño puede hacer un primer movimiento.

Ello ocurre, como se dijo, cuando el infante nombra el biberón, lo pone a circular en el espacio en forma cada vez más significativa en las sesiones y luego aparece la demanda por el objeto, ante lo cual la terapeuta trae el objeto a las sesiones y provoca el primer movimiento de transferencias entre el niño y ella, pues es un objeto que se pone con algún sentido entre ambos, es un objeto relacionado con la gratificación alimenticia que viene en línea materna. Este primer momento de trabajo produce en el niño un cambio en relación con la comida que entonces pasa a ser aceptada con mayor facilidad.

Estos movimientos de transferencia hechos por el infante activan los tres registros, en su posible intersección con lo real particular de la psicosis, intersección en la que siempre va a estar presente lo real, ya sea en relación con lo imaginario o con lo simbólico, cada uno en forma aislada, pero siempre en el encuentro con lo real que posibilitan a partir de la voz cierto agujereamiento a este registro. Y de esta manera más consistencia a su subjetividad en su estatuto S 1

i(a):  R, S, I  , S 1

El primer encuentro entre lo real y lo imaginario, bajo la categoría del objeto-voz y el objeto-mirada ocurre cuando Robert es descompletado por su analista, quien, luego de varias sesiones, le dice: “Robert no quiere ver que ha tomado el biberón”. Estas palabras producen en el niño una reacción de querer mutilarse el pene con unas tijeras de hule que hay en el consultorio. Esta reacción puede ser leída como un encuentro con lo real bajo el mandato de la repetición de la relación con la madre que lo lleva a no poder soportar lo escuchado e intentar deshacerse de ello a través de la mutilación, que lo pone del lado del goce materno: la privación operando como mandato superyoico y lo imaginario puesto en juego.

i (a ): R , S, I

           Mirada                       Real (tete)                      Voz

Otro objeto traído a las sesiones por el niño son las heces. Hay un periodo del trabajo en el cual el infante lleva la bacinilla a las sesiones, la pone al lado de la terapeuta, se sienta en ella y hace sus excrementos. Llama la atención cómo sobre este objeto hay efectos posteriores alrededor del siguiente movimiento que considero crucial para el sujeto. Corresponde a un segundo momento relatado por la señora Lefort, cuando nos refiere aquella noche de terror en la que el infante observa el vaciamiento de las letrinas de hospicio por dónde van los desechos, escena ante la cual el pequeño exclama la palabra lobo, pues ve el vaciamiento de las heces por el hueco de la letrina. La palabra aparece como un intento de taponarse y de no ser arrojado con los excrementos. Dicha la palabra, coge los excrementos, los pone por fuera de la letrina, unta con ellos las paredes y a sus compañeros de hospicio y de esta manera da lugar a la intersección entre lo real, producido por el terror de desaparecer como las heces en la letrina, y la aparición de la palabra lobo que antecede el registro de lo simbólico. En ese momento aparece la palabra de la vigilante, que tiene efecto de apaciguamiento, cuando le dice: “usted es el niño que trabaja con madame Lefort”. Es importante señalar que este movimiento abre la categoría significante de la palabra lobo que se articula como la posibilidad de nombrar el goce, y se inaugura el i(a); en su dimensión simbólica que lo anuda  a   partir del objeto-mirada y el objeto-voz. Es así como la palabra madame  apacigua la posibilidad de ser vaciado por la letrina .

i(a) : R, I, S 

.i(a)

        Mirada                       Lobo                              Heces

 El trabajo psicoanalítico realizado por la señora Lefort con el pequeño Robert se da a partir de la relación transferencial que lo introduce en el deseo de vida y en la demanda; ser reconocido por el deseo y consentir a él desde el objeto voz que  viene del otro , por fuera de la cosa mortífera.   La psicoanalista mediante su semblante introduce al infante en el deseo del otro.

Ello lleva al pequeño a sentirse nombrado, significarse para alguien y de esta manera ser alguien para alguien entonces, quedar atravesado por el lenguaje. Que poco a poco lo pone en posición de movimiento, de vaciamiento de goce, así Robert pasa del alarido indeterminado al balbuceo en el lenguaje; que poco a poco se transforma en la palabra  que expresa la necesidad reconociendo los objetos fuera de sí. Pasa del cuerpo doliente, invadido de goce. A tener un cuerpo que  reconoce en el espejo,  y pasa de la palabra sin sentido, a la palabra plena que lo nombra en le deseo. Palabra que consiente a ser escuchada y dicha, así la relación transferencial  pone a circular estos objetos, voz, mirada heces, abre la división subjetiva  en el infante que le da la posibilidad de movimiento hacia lo imaginario y en ello lo simbólico; cada registro en forma aislada y en intersección con lo real. El efecto de estas intersecciones o anudamientos parciales  posibilitan para el sujeto un lugar en lo imaginario y en el pone, en función, los tres registros configurando el estatuto S 1 .

También es importante señalar cómo, al interior de la escena analítica se articulan dos palabras que son cruciales para el trabajo: el biberón como condensador de goce: inicialmente mediando la relación del niño con la señora Lefort, cargado de sentido desde lo real del otro, y con la relación transferencial como objeto que puede ser nombrado. Posteriormente se llegará a la palabra lobo, que puede ser pensada como traída del goce mítico: aparece como palabra que nombra lo voraz de la letrina y de las heces, pero se convierte en una palabra que mata la cosa totémica. De esta manera,  el pequeño Robert en su dimensión subjetiva logra tomar distancia de la cosa mortífera y aparece un tratamiento al goce que poco a poco se desliza por la  palabra dicha y escuchada.

Finalmente, llama la atencion el efecto de sosiego de las palabras de la vigilante cuando le dice: “Usted no es el lobo, usted es el niño que trabajaba con madame Lefort”, palabras estas que nombran al niño desde el analista y le significan un lugar en lo especular, el i(a). La posición del analista se instala entre la demanda y la necesidad del infante.

Durante la sesión siguiente a este episodio, el niño pone fuera de sí esta palabra cuando encierra a la señora Lefort en el baño y se va, un acto con el que marca la desaparición de la palabra lobo y con ello una mayor distancia de la angustia que, cada vez, se presenta más espaciada.

Luego aparecerá otro momento que la señora Lefort nombra como el bautismo. Hasta el momento podemos recordar que una de las palabras indiscriminadas dichas por el niño es su nombre, pues con la palabra Robert se refiere a cualquier cosa. Pues bien, en una de las sesiones el niño toma el biberón y derrama la leche por su cuerpo, incluido su pene, y se dice: Robert, dándose golpecitos en el pecho. Este acto se ubica del lado opuesto al del imperativo mortífero; es decir, está del lado de la ley que organiza, de la que viene del otro, de la transferencia que produce un sentido diferente al mortífero, da cuenta de la integración del pene al cuerpo y da cuenta de otro momento de rectificación de la pulsión, pues a partir de este momento el niño accede a su nombre propio. Ya en el hospicio, y por fuera de las sesiones, el niño coge de la cartera de una de las enfermeras un espejo, se mira y dice Robert. Este espejo lo lleva a las sesiones posteriores y cada vez que lo saca se mira y dice Robert.

i (a):  R , S ,I

i (a)

S

       Mirada                    Robert                     Cuerpo

El trabajo psicoanalítico realizado con la señora Lefort, provoca el movimiento del infante, mediante el  vaciamiento de goce, y poco a poco a partir de la relación transferencial el niño se pone en posición deseante: Robert  pasa de un cuerpo doliente, a tener un cuerpo que puede ser nombrado en el espejo, pasa del  del alarido angustiado, al lenguaje que lo nombra, dando cuenta del anudamiento en el registro de lo simbólico, que en su mundo imaginario  le permite representarse, mediante la palabra que puede ser escuchada, consentida ya no desde sus voces internas , sino de la palabra que viene del otro que esta por fuera de él. Bien lo dice la señora Laforet “yo no era la madre, había una perdida por mi voz”. De esta manera  en el pequeño Robert se da la construcción de los tres registros; real, simbólico, imaginario  a partir de la dimensión i (a), semblante de transferencia encarnado en la señora Lefort. El cual tiene un valor de consistencia a nivel de lo imaginario y permite el anudamiento precario y frágil posible en la psicosis.

Los diferentes momentos de los encuentros de los registros      en la transferencia que permite la estabilización de la psicosis posibilitados por la transferencia.

Enlace Grabación de  YouTube de la Actividad: https://www.youtube.com/watch?v=hK7Daxmm2xs&t=139s

 

Bibliografía:

Seminario I J. Lacan  1953 – 1954

Seminario 3 J. Lacan  1955- 1956

Actas de la tercera jornada de trabajo sobre PSICOANALISIS CON NIÑOS: EL NIÑO Y EL GOCE con la participación de PIERRE BRUNO : Primera jornada de trabajo sobre psicoanálisis con niños : La psicosis con la participación de Rosine y Robert Lefort : 1986-1990

 

 

 

 

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